domingo, 16 de diciembre de 2012

FAN FIC: Patrick y Brad, un amor oculto

CAPÍTULO 1

Aquel día era el más soleado de todo el año. Parece que el tiempo acompañaba a mi estado de ánimo, porque me sentía la persona más feliz del mundo.
Con unos nervios incontrolables en el estómago, llegué al número 4 de la calle… bueno, no recuerdo el nombre, tenía la cabeza en otra cosa. El caso es que, tras mucho tiempo deseando eso, allí me encontraba yo, en el porche de la casa de Brad.
Carraspeé y caminé lentamente hacia la puerta, observando el cuidado (aunque poco decorado) jardín que había a mi alrededor, justo delante de la casa. Subí un par de escalones y me encontré frente a la puerta de madera. Respiré profundamente, cerré los ojos y pegué al timbre.
Ring.
Comencé a dar golpecitos con el pie contra el suelo, cada vez más nervioso. Era la primera vez que iba a entrar en su casa. El caso es que jamás pensé que pudiera estar aquí, aunque siempre lo había deseado.
Pero el viernes pasado, en la última fiesta que dio la gente del instituto, Brad se me acercó con un vaso de vodka en la mano, aunque aún no parecía borracho (lo cual me alegró esa vez), y me llevó a un rincón apartado procurando que nadie nos viera.
                -Este martes mi padre se irá a Nueva York a una conferencia y estará fuera todo el día Tendremos la casa para nosotros solos. Te espero- murmuró sin apenas mover los labios.
Noté cómo mis ojos se abrían de par en par por la sorpresa, pero no me dio tiempo a decirle que sí (¡obviamente que iba a estar allí!) cuándo él ya se había esfumado. Aun procurando salir del shock, comencé a andar sin darme cuenta de la enorme sonrisa que ocupaba mi cara. Cuando regresé junto a mi hermana y Mary Elisabeth, que estaban muertas de risa en una esquina bastante borrachas, Brad ya se había camuflado bailando entre la multitud de gente, aunque notaba que de vez en cuando me miraba disimuladamente. Cómo deseaba que pudiéramos bailar juntos en público… Pero no podía ser. Nada de eso podía ser. Ni siquiera cruzar un par de palabras por el pasillo del instituto. Lo teníamos prohibido, por su bien. Porque me lo había pedido, y yo lo aceptaba con tal de que él estuviera conmigo.
De vuelta al porche, me percaté de la ventana de cristal que había junto a la puerta. Vi mi reflejo: pálido, delgaducho, con el pelo negro algo alborotado, una camiseta sencilla de color roja y una camisa de cuadros abierta. Rápidamente intenté arreglarme un poco y pasé la mano por mi melena desesperadamente, pero justo en ese momento se abrió la puerta.
Y allí estaba Brad. Los ojos le brillaban y sonreía ampliamente. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta azul y, cómo no, la chaqueta del equipo de fútbol que siempre llevaba.
                -No hace falta que te peines. Estás genial- me dijo mirándome de arriba abajo, aunque su voz también sonó algo nerviosa.
No sé si comenzaba a arrepentirse de haberme invitado a su casa.
                -Gracias- contesté.

Y nos quedamos en silencio un momento.
Entonces Brad pareció darse cuenta de que aún estábamos en la puerta de entrada.
                -¡Oh! Pasa- me invitó, y abrió más la puerta echándose a un lado para dejarme entrar.
                -Gracias- volví a repetir.
No sé por qué me sentía tan incómodo. No era mi primera cita con Brad, ni mucho menos.
Brad asomó la cabeza hacia el porche y miró un par de veces a cada lado por si había alguien que me hubiese visto entrar y después cerró la puerta rápidamente.
Y allí estaba yo, ya dentro de la casa de mi novio, estático en la entrada. Sin girar la cabeza, únicamente moviendo los ojos, miré a mi alrededor. La verdad es que su casa se parecía bastante a la misma en la estructura, aunque para nada en la decoración, aquella más elegante que la mía. En la entrada había un expositor con varias copas de fútbol que el equipo de Brad había ganado en años anteriores. A la derecha estaba la cocina, y a la izquierda el salón. Justo en frente había dos escaleras, una hacia abajo que supuse que daría al garaje y el sótano (la mía no tenía eso, aparcábamos la camioneta fuera) y otra hacia arriba, hacia los dormitorios.
                -Bueno…- Brad dio una palmada y se frotó las manos-, pues esta es mi casa.
Lo miré.
                -Ya- dije, y comencé a reír. No se me había ocurrido qué otra cosa contestar.
Aquella conversación se estaba volviendo rematadamente estúpida. Aunque, pensándolo bien, las pocas conversaciones que teníamos solían ser bastante estúpidas.
Brad sonrió.
                -Sí, claro, obvio.
Y los dos comenzamos a reír fuertemente. Cuando el eco de nuestra risa dejó de sonar por toda la casa nos volvimos a quedar en un incómodo silencio.
                -Eh… Esto…- farfulló Brad, y fue hasta la puerta de la cocina-. Esto es la cocina- explicó mientras la señalaba.
                -Bien.
Sonreí y asentí.
                -Y… Y esto es el salón- Brad caminó a grandes zancadas hasta la puerta de la habitación y la señaló.
Sin moverme del sitio me incliné un poco hacia adelante para ver el interior del salón.
                -Muy bonito- contesté con sinceridad, aunque comenzaba a divertirme su actuación.
De hecho, sus nervios y su energía me estaban tranquilizando a mí.
                -Y aquí están mis trofeos, ¿ves?- se dirigió hacia la vitrina, chocando contra mi hombro sin querer.
Me giré y me acerqué lentamente a él, que murmuraba algo de la primera copa que ganó mientras se frotaba las manos nerviosamente, aunque creo que no era consciente de ello. Seguí su mirada y vi que contemplaba una pequeña copa de plata situada el la balda superior.
Entonces me puse frente a él y lo miré a los ojos con intensidad.
                -Brad, quiero ver tu dormitorio.
Brad pareció sorprendido por mi brusquedad, aunque yo lo dije en un tono dulce. No obstante, me miró a los ojos y sonrió de medio lado.
                -Ven, vamos.
Y me cogió de la mano.
Era la primera vez que me daba la mano. Sentí que un cosquilleo recorría todo mi brazo y me llegaba hasta la altura del estómago, más o menos. No sé si quiera si Brad era consciente de lo que estaba haciendo, pero tiró de mí y me llevó escaleras arriba sin soltarme. Brad siempre solía ir de la mano de alguna animadora guapa por los pasillos del instituto.
Cuando llegamos a su habitación y cerró la puerta pareció darse cuenta de que estábamos agarrados de la mano, pero aun así no me soltó, lo que me agradó y me hizo sonreír tímidamente.
El cuarto de Brad era bastante parecido a lo que yo me había imaginado: estanterías con balones de fútbol (como diría Mary Elisabeth, “¡qué original!”) y pósters de algunos de los jugadores más famosos del mundo en las paredes. Y Brad comenzó a enseñármelo todo con detenimiento. Se lo veía muy entusiasmado.
-Pero lo mejor está aquí- dijo finalmente tirando de mí hacia un rincón del dormitorio.
Allí había una pequeña radio y muchas cintas de músicas amontonadas en una pila que parecía estar en equilibrio a punto de caerse. Abrí mucho los ojos, le solté la mano y comencé a examinar los grupos que tenía: Queen, The Rollling Stones… eran bastante buenos.
-¿Te gustan?- me preguntó ilusionado.
-Me encantan- respondí.
Entonces Brad cogió uno al azar y lo piso. Sinceramente, no recuerdo cuál era exactamente. Ni siquiera estaba demasiado pendiente. El caso es que después nos sentamos en su cama y comenzamos a hablar con la música sonando flojita de fondo. Pero a ver si me entendéis, a hablar de verdad. No como cuando podemos intercambiar un par de palabras (tal vez un discreto “hola”) escondidos en los pasillos de la biblioteca, ni como las estúpidas conversaciones que tenemos medio borrachos en las fiestas antes o después de acostarnos. No, era algo muy distinto. Hablamos hasta que oscureció.
Él me contó qué quería hacer cuando llegase a la universidad y me habló de la posibilidad de que algún ojeador se fijase en él y lo admitiesen en algún equipo importante, lo cual era sus sueño y el de toda su familia. Yo le hablé sobre Charlie, la canción Asleep, el momento del túnel y lo de sentirse infinito. Y eso le gustó. Dijo que alguna vez en su vida se había sentido así, plenamente feliz. Y también dijo algo que jamás olvidaré:
-Y en parte te lo debo a ti, Patrick.
Nos quedamos en un repentino silencio. Mis ojos y mi boca se abrieron por la sorpresa. La última canción del disco terminó.
Y de repente sentí un impulso y lo besé, y él me devolvió el beso con la misma pasión. Pronto no tardamos en estar tumbados sobre la cama. Comencé a besar el cuello de Brad y él comenzó a soltar tímidos suspiros. Él metió sus manos bajo mi camiseta, y aunque estaban frías, no me importó. No pude resistirme y me la quité. Brad dejó que hiciera lo mismo con él sin dejar de besarnos en ningún momento, lo que hizo que yo también comenzara a gemir.
-Quítate los pantalones- me susurró al oído.
Le obedecí inmediatamente. Ahora la cama estaba revuelta, Brad sin camiseta y yo en calzoncillos sobre él, los zapatos tirados por algún lado de la habitación… Comencé a sudar y escuchaba el latido de mi corazón resonar en mis oídos.
A partir de ese momento todo ocurrió muy rápido. Ninguno lo vio venir, ninguno lo oyó llegar. Ni el motor del coche, mi la puerta del garaje abriéndose, ni los pasos subiendo las escaleras…
Nada. Absolutamente nada. Hasta que el padre de Brad abrió la puerta.
-¡Brad, hijo, ya estoy en…!
Y se quedó estático en la puerta con la mano sobre el pomo. Brad y yo nos levantamos de la cama de un salto con cara de sorpresa y pánico. Lo juro, Brad estaba aterrado.
-¿Pero qué…?- comenzó a decir el padre de Brad mirando a su hijo y a mí de arriba abajo detenidamente. Cuando lo comprendió todo su expresión de la cara cambió radicalmente- ¿Qué coño significa esto?
Yo comencé a moverme lentamente hacia atrás, aún medio desnudo, pero sin apartar la vista del padre de Brad. Mi novio, por su parte, respiraba agitadamente. Pero no contestó. No podía.
-¡Brad! ¿¡Que qué coño pasa aquí!?
Silencio.
El padre de Brad comenzó a andar lentamente hacia él. Yo intenté camuflarme entre las sombras.
-¿Eres maricón?- le preguntó en voz baja a su hijo.
Brad agachó la cabeza y se quedó contemplando el suelo.
Y entonces empezó lo peor.
-¡¡ERES MARICÓN!!
Y le pegó una bofetada en la cara. Una fuerte bofetada. Me llevé un sobresalto y me llevé la mano a la boca para procurar no hacer ruido. La mejilla de Brad se puso de un fuerte color intenso y los ojos se le pusieron vidriosos, pero él se mostró impasible y siguió mirando al suelo.
No tengo palabras para describir lo que ocurrió después.
El padre de Brad estafa fuera de sí, totalmente loco. Tiró de un manotazo la lámpara que había sobre la mesita de noche, comenzó a gritar y siguió pegando a Brad. Iba a matarlo, lo juro. Yo intenté saltar sobre él para detenerlo, pero simplemente no podía. Intenté decir “Para” o “Lo vas a matar”, pero nada. Estaba totalmente paralizado por el miedo. Pero Brad seguía firme, dejando que le pegaran, sin abrir la boca y con cada vez más moratones en la cara, ahora con surcos de lágrimas.
Hubo un segundo de silencio.
-Patrick, vete.
Miré a Brad y él me miró. Su mirada era una mezcla de súplica, como pidiéndome que me fuera para no ver lo que iba a continuación, y de orden. Su padre parecía estar preparándose para seguir. No entiendo cómo un padre puede tratar así a su hijo, pero este lo estaba haciendo. No exagero.
Aunque estaba temblando, negué con la cabeza porque no podía emitir ninguna clase de sonido. No iba a dejar a Brad solo. No así.
-Patrick, vete- volvió a repetir Brad, esta vez más fuerte.
-No…- murmuré.
-¡Sal de aquí!- acabó gritándome.
Fue hacia la cama, cogió toda mi ropa, la hizo una arrugada pelota y me la lanzó a la cara. Así que no tuve más remedio que obedecer. Recogí la camiseta, que se me había caído al suelo, y me fui de allí. Me vestí como pude mientras bajaba las escaleras. Lo último que oí antes de cerrar la puerta fue un golpe seco. El padre de Brad había vuelto a pegarle.
Salí de allí corriendo a toda velocidad sin mirar atrás, como un cobarde. Ni siquiera me di cuenta de que iba descalzo, pues mis zapatos se habían quedado en algún lugar del dormitorio de Brad. Yo solo corría. Una llovizna de estas que son tan finas que apenas se notan pero que te acaban calando los huesos comenzó a caer. El pelo se me pegó a la cara. Cualquiera que me hubiera visto así no sé lo que habría pensado de mí, pero por suerte las húmedas calles estaban oscuras y solitarias.
Cuando finalmente llegué a mi casa, cerré la puerta de un porrazo y subí escaleras arriba sin detenerme, dejando una ristra de charcos de agua a mi paso.
-¿Qué ha sido ese portazo?- oí que preguntaba la madre de Sam desde la cocina-. ¿Patrick?
No le hice caso. Me metí en la habitación de Sam y cerré la puerta detrás de mí. Ella estaba de espaldas, sentada frente al escritorio haciendo alguna tarea y con los cascos de música puestos. Yo me apoyé contra la puerta sintiendo la ropa y el pelo mojados pegados contra mi cuerpo y con la respiración acelerada por la carrera y todo lo que acababa de ocurrir. Y entonces reaccioné y comencé a llorar. Comencé a llorar desconsoladamente.
Fue entonces cuando mi hermana se percató del ruido y se dio la vuelta. Lo último que pude ver antes de dejarme caer en el suelo y ocultar mi rostro tras las rodillas fue el cambio radical en la expresión de su cara y cómo se quitaba los cascos.
-¡Patrick!
Aunque no la veía, noté su presencia cuando se agachó frente a mí.
-Patrick, ¿qué te ha pasado?- preguntó con la voz angustiada.
Pero no pude contestar porque me estaba ahogando en un mar de lágrimas. Incluso notaba las mejillas pegajosas y los labios salados. Lloraba como un niño pequeño y mi cuerpo estaba agitado por pequeñas convulsiones. Sam esperó paciente mi respuesta y apoyó so mano sobre mi hombro. Finalmente me agarró la barbilla con delicadeza y levantó mi cara lentamente para mirarme directamente a los ojos. Entonces me sentí pequeño e indefenso, y me dio vergüenza que me viera así. Pero ella me conoce mejor que nadie, y para esos enormes ojos verdes no tengo secretos.
-Patrick, ¿qué ha pasado?- volvió a repetir acariciándome la mejilla.
Saqué fuerzas de mi garganta y balbuceé:
-El padre de Brad nos ha pillado…
Sam se sobresaltó, sus ojos se abrieron de par en par y su mano dejó de acariciarme.
Y, como pude, comencé a contarle lo ocurrido sin dejar de llorar en ningún momento. Cuando llegué a la parte de la paliza Sam se llevó las manos a la boca. Yo no pude seguir. Me tapé la cara con las manos para que no me viera.
-Todo ha sido por mi culpa... Soy un puto cobarde…- murmuré entre los dedos de las manos.
Sam me apartó las manos de la cara. También una lágrima le recorría su hermosa cara.
-No, Patrick. No digas eso.
Entonces me abrazó sin importarle que la mojara. Me abrazó fuertemente. Y yo me sentí un niño pequeño llorando en el hombro de su madre. Y así nos quedamos durante largo tiempo…

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